Sonó la alarma como un día cualquiera y pasados los diez minutos que tarde en despegarme las sábanas del cuerpo me dispuse a ir a la cocina, tan solo se escuchaba el sonido de mis zapatillas de estar por casa arrastrando por el parqué, el cuerpo me pesaba más de lo normal, pero seguí hasta llegar y sentarme en el pequeño taburete que guardaba bajo la encimera de la cocina, entonces fue cuando todavía con los ojos medio cerrados intenté buscarte en el teléfono, pero, no te encontré, sin duda esto me despejó y sin tener muy claro si era real lo que en el fondo sabía qué estaba pasando, decidí ponerme un café para terminar de despertar, mientras escuchaba de fondo el sonido del café cayendo lentamente en la taza me quedé quieta, con la mirada desenfocada, de alguna forma seguía buscándote en cada esquina de mi casa, me levanté y ande arrastrando de nuevo los pies hasta mi cuarto me vestí rápidamente con el primer chándal que encontré para salir a la calle, a ver si así conseguía evadirme de aquellos pensamientos, cogí las llaves y salí, decidí dar un largo paseo, comencé bajando mi calle, después gire a la izquierda seguí andando y volví a girar, en realidad no tenía muy claro a donde estaba yendo solo que cada esquina que giraba sentía como si nuestros recuerdos me atropellaran y cada paso que daba el eco de tu voz pitaba en mis oídos, cada vez era más agobiante, estabas en cada soplo de aire, en cada persona que me cruce ese día, en cada canción que sonaba de fondo, en cada latido de mi corazón en todas y cada una de las veces que parpadee, y entonces me acordé había dejado sola y abandonada aquella tacita de café en mi cocina igual que tú me abandonaste a mí.
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